Lectura, trenes, giganta
I.- Gastronomía animal
"Sus pensamientos eran pensamientos rojos, sus dientes eran blancos" (Saki, Sredni Vashtar).
II.- Apuntes de viaje
Me da mucha pena ver por todo el país ramales de ferrocarril abandonados. Ya es típico ver pueblos en los que las viejas estaciones son ruina y olvido, grieta y yuyo; otras tuvieron un destino más digno y se transformaron en centros culturales o dependencias municipales junto a las vías oxidadas. Siempre me gustó viajar en tren (hablo de viajes largos y en plan de vacaciones, prefiero olvidarme del diario ir y venir en trenes suburbanos que sufrí antes de vivir en Capital, aunque sean añorables los viajes adolescentes colgado del estribo o subido a la locomotora misma). Hay tres trenes (tres tristes tigres...) que recuerdo particulamente: el que va a Mar del Plata, el tramo rionegrino del que va a Bariloche (¿todavía funcionará?) y la "Trochita" patagónica.
Este último lo tomé una vez, cuando todavía andaba "en serio" en todo su trayecto y no como paseo turístico. ¡Tardó veinticuatro horas de Esquel a Jacobacci! Bajábamos en las estaciones a buscar ramitas secas, cualquier cosa que arda en las salamandras de los vagones, que venían provistas de un carbón pulverizado y casi imprendible. Del paisaje me acuerdo en realidad hasta El Maitén, ya que después alguien me dijo: "vení para el último vagón", que se venía sacudiendo porque estaban cantando y saltando y donde corría el vino más que en las cataratas. Cuando el Chueco me vio, me dio un abrazo y dijo: "poné la mano que tengo algo para vos". Y fue contando pastillitas, uno, dos, tres... así hasta quince, y me las mandé de un solo trago con bastante tinto, al que le seguimos dando. Después me acuerdo de poco, discutimos y casi me agarro a piñas con alguien y terminamos abrazados como hermanos, cantando, hasta que me pudrí y volví a mi vagón, uy mirá quién volvió, cómo estamos ¿eh?, habré andado algunos kilómetros con medio cuerpo afuera de la ventanilla, como cabalgando o volando por la estepa, recuerdo el vapor de la locomotora, el viento y el paisaje desolado, los vómitos... me tiré al piso del pasillo, nada más hasta Jacobacci, donde después de viajar en "el trocha" los trenes comunes parecían inmensos.
Segundo tren: el paisaje desértico del tramo rionegrino del Roca era una alucinación; veníamos con las ventanillas cerradas pero en los pliegues de las mangas de la campera se acumulaba un polvo fino como talco, lo sacudías y a los diez minutos se te llenaba de vuelta. Dormíamos en los portaequipajes, ante la resignación del guarda que nos hizo bajar un par de veces. A varios después los bajó la cana en serio en Pedro Luro, a mitad de camino entre el Negro y el Colorado, se habían peleado o algo así. Me encantaría en este momento tomar agua de la bomba manual de Nahuel Niyeu (¿o era Aguada Cecilio?), me voy a cebar unos mates que es más o menos lo mismo.
Si hay otra vez, creo que tendría que viajar en ellos más despejado, atento, como viajaba en el tercer tren, el de Mar del Plata, que para mi visión infantil era un destino en sí mismo, una cabalgata por las pampas, la llanura donde el cielo es el paisaje.
III.- Belleza femenina 8
La giganta (Baudelaire)
Cuando Natura, en su brío poderoso,
Concebía a diario monstruosas criaturas,
Vivir habría querido cerca de una giganta
Como al pie de una reina un gato ronroneante.
Habría visto su cuerpo florecer con su espíritu
Y en libertad crecer con sus juegos terribles;
Sabría si el corazón guarda una llamarada,
En las mojadas nieblas que bogan por sus ojos.
Recorrer, al azar, sus magníficas formas;
Escalar las vertientes de sus piernas enormes
Y, acaso, en el estío, cuando soles malsanos
La tumbaran rendida en mitad de los campos,
A la sombra de su seno dormitar sin cuidado,
Como escondida aldea al pie de una montaña.
"Sus pensamientos eran pensamientos rojos, sus dientes eran blancos" (Saki, Sredni Vashtar).
II.- Apuntes de viaje
Me da mucha pena ver por todo el país ramales de ferrocarril abandonados. Ya es típico ver pueblos en los que las viejas estaciones son ruina y olvido, grieta y yuyo; otras tuvieron un destino más digno y se transformaron en centros culturales o dependencias municipales junto a las vías oxidadas. Siempre me gustó viajar en tren (hablo de viajes largos y en plan de vacaciones, prefiero olvidarme del diario ir y venir en trenes suburbanos que sufrí antes de vivir en Capital, aunque sean añorables los viajes adolescentes colgado del estribo o subido a la locomotora misma). Hay tres trenes (tres tristes tigres...) que recuerdo particulamente: el que va a Mar del Plata, el tramo rionegrino del que va a Bariloche (¿todavía funcionará?) y la "Trochita" patagónica.
Este último lo tomé una vez, cuando todavía andaba "en serio" en todo su trayecto y no como paseo turístico. ¡Tardó veinticuatro horas de Esquel a Jacobacci! Bajábamos en las estaciones a buscar ramitas secas, cualquier cosa que arda en las salamandras de los vagones, que venían provistas de un carbón pulverizado y casi imprendible. Del paisaje me acuerdo en realidad hasta El Maitén, ya que después alguien me dijo: "vení para el último vagón", que se venía sacudiendo porque estaban cantando y saltando y donde corría el vino más que en las cataratas. Cuando el Chueco me vio, me dio un abrazo y dijo: "poné la mano que tengo algo para vos". Y fue contando pastillitas, uno, dos, tres... así hasta quince, y me las mandé de un solo trago con bastante tinto, al que le seguimos dando. Después me acuerdo de poco, discutimos y casi me agarro a piñas con alguien y terminamos abrazados como hermanos, cantando, hasta que me pudrí y volví a mi vagón, uy mirá quién volvió, cómo estamos ¿eh?, habré andado algunos kilómetros con medio cuerpo afuera de la ventanilla, como cabalgando o volando por la estepa, recuerdo el vapor de la locomotora, el viento y el paisaje desolado, los vómitos... me tiré al piso del pasillo, nada más hasta Jacobacci, donde después de viajar en "el trocha" los trenes comunes parecían inmensos.
Segundo tren: el paisaje desértico del tramo rionegrino del Roca era una alucinación; veníamos con las ventanillas cerradas pero en los pliegues de las mangas de la campera se acumulaba un polvo fino como talco, lo sacudías y a los diez minutos se te llenaba de vuelta. Dormíamos en los portaequipajes, ante la resignación del guarda que nos hizo bajar un par de veces. A varios después los bajó la cana en serio en Pedro Luro, a mitad de camino entre el Negro y el Colorado, se habían peleado o algo así. Me encantaría en este momento tomar agua de la bomba manual de Nahuel Niyeu (¿o era Aguada Cecilio?), me voy a cebar unos mates que es más o menos lo mismo.
Si hay otra vez, creo que tendría que viajar en ellos más despejado, atento, como viajaba en el tercer tren, el de Mar del Plata, que para mi visión infantil era un destino en sí mismo, una cabalgata por las pampas, la llanura donde el cielo es el paisaje.
III.- Belleza femenina 8
La giganta (Baudelaire)
Cuando Natura, en su brío poderoso,
Concebía a diario monstruosas criaturas,
Vivir habría querido cerca de una giganta
Como al pie de una reina un gato ronroneante.
Habría visto su cuerpo florecer con su espíritu
Y en libertad crecer con sus juegos terribles;
Sabría si el corazón guarda una llamarada,
En las mojadas nieblas que bogan por sus ojos.
Recorrer, al azar, sus magníficas formas;
Escalar las vertientes de sus piernas enormes
Y, acaso, en el estío, cuando soles malsanos
La tumbaran rendida en mitad de los campos,
A la sombra de su seno dormitar sin cuidado,
Como escondida aldea al pie de una montaña.