Gastronómiah

Gastronomía alternativa y cotidiana

Sunday, April 01, 2007

Proust, belleza femenina 9, excusa, ficción.

I.- En busca del tiempo perdido

En otra oportunidad aclaré que cuando comento algún libro, no es mi intención hacer crítica literaria, sino simplemente hablar de cosas que no encuentran mesa propicia en los ámbitos que frecuento. Pues bien, terminé de leer "Sodoma y Gomorra", cuarto volumen de "En busca del tiempo perdido" de Proust. Es decir, sólo el cuarto libro, justo el del medio, me faltarían los tres primeros y los tres últimos, suponiendo que encuentre el momento y las ganas de continuar, después de todo ya tengo la "visión promedio" (para probar una sandía basta calarla, pero para disfrutarla hay que seguir comiendo, aunque también ¡hay tantas frutas al alcance de la mano y tan poco tiempo!). Elegí ese volumen porque tenía en la librería un saldo a favor, contaban con el primero y el cuarto y este último era el que más se adecuaba al monto del crédito. El dinero mueve al mundo, dicen, y aquél determinó que elija justo la parte central de la novela; pero el "poderoso caballero" es engañador, tal vez no deba hacer caso de promedios, quién puede juzgar adecuadamente el cajón probando una sola manzana. Hacía mucho que tenía ganas de leer "En busca..."; cuando a un libro muchos le han colgado el cartelito de "obra fundamental", me suele producir sensaciones contradictorias: "esto lo tengo que leer, me lo estoy perdiendo", y también "por qué leer esto, estoy perdiendo tiempo que podría ser mejor vivido". Pero suelo confiar en otros poderosos damas y caballeros, y si quienes me deslumbraron con lo que han escrito, cuentan a su vez quiénes los han deslumbrado, me suelo dejar convencer.
La lectura me resultó bastante ardua, con sus largas oraciones, quebradas por digresiones donde se cuelan continuas metáforas y comparaciones. Sin dudas me deslumbró, con sus descripciones minuciosas de los sentimientos de los personajes y de la sociedad en la que actúan. Digo que me deslumbró, pero no me apasionó, aunque estoy releyendo algunas partes. ¿Pido mucho? No creo, ya dije que no quiero perder tiempo, y aunque leer "En busca del tiempo perdido" no fue precisamente malgastarlo, al leer siempre es preferible enamorarse del todo, igual que en la vida. Desde hace algún tiempo tomé la costumbre de hacer anotaciones en los libros que leo, usualmente no pasan de subrayar una frase o marcar un párrafo, anotando luego en la contratapa los números de las páginas respectivas. En el caso de "En busca..." no marqué nada, lo que no quiere decir que no hubiera nada que destacar, tal vez había demasiado, como dije la lectura fue trabajosa, el tipo reflexiona, y reflexiona, y reflexiona, tiene un ritmo constante, lo que personalmente rescato es eso: el texto es como la vida misma, fluye como ella, me queda el disfrute del transcurrir de su lectura, como navegar un río tranquilo y profundo (y uno realmente se siente como si estuviera veraneando en la imaginada Balbec), pero me enamora más el terrible río del "Heart of darkness" de Conrad, cuya contratapa quedó llena de anotaciones, alguna deslizada luego en este blog: "Vivimos como soñamos..., solos" ("y sin embargo el amor", le contestaba yo a Conrad, aunque como siempre, de una u otra forma, te escribo a vos, Negrita, y aprovecho ahora para decirte una vez más que te amo).
Tal vez de la relectura sí me surja agarrar el lápiz y garabatear la contratapa...

II.- Belleza femenina 9

"Dicen que el amor hace a las personas generosas. No sé, no sé; a mí sólo me hizo generoso con Nuria, nada más. Con el resto de la gente me volví desconfiado y egoísta, mezquino, maligno, tal vez porque era consciente de mi tesoro (de la pureza inmaculada de mi tesoro) y lo comparaba con la putrefacción que los envolvía a ellos. En mi vida, lo digo sin miedo, nada hubo semejante a las meriendas-cenas que tomamos juntos en las escalinatas que descienden del Palacio al mar. Ella tenía una manera, no sé, única, de comer fruta con los ojos perdidos en el horizonte. Aquellos horizontes de auténtico privilegio. Casi no hablábamos. Yo me acomodaba un escalón por debajo y la miraba, aunque no mucho, mirarla demasiado era doloroso, y bebía mi té con delectación y parsimonia. Nuria tenía dos chandals, uno azul con rayas diagonales blancas, el oficial, creo, del equipo olímpico de patinaje, y uno negro ala de cuervo que resaltaba su pelo rubio y su cutis perfecto, arrebolado por el esfuerzo, de muchacha de Botticelli; éste último era un regalo de su madre. Para no mirarla a ella yo miraba los chandals y aún recuerdo cada pliegue, cada arruga, lo abombado que estaba el azul en las rodillas, el olor delicioso que desprendía el negro sobre el cuerpo de Nuria cuando la brisa del atardecer nos evitaba cualquier palabra. Olor a vainilla, olor a lavanda. A su lado, por supuesto, debí desentonar. A nuestras citas diarias yo acudía directamente del trabajo, no lo olvidéis, y a veces no tenía tiempo de quitarme el traje y la corbata. Otras veces, cuando Nuria tardaba en aparecer, sacaba del maletero unos pantalones vaqueros y una camiseta deportiva gruesa y holgada, una Snyder americana, y me cambiaba los zapatos por unos mocasines Di Albi que se llevan sin calcetines, aunque a veces olvidaba quitármelos, todo esto bajo el parral, sudando y escuchando el ruido de los insectos".

Roberto Bolaño, "La pista de hielo"


III.- Gastronómiah

Los fines de semana se me está dando por lo manual. No es lo que estás pensando, me refiero a que anduve haciendo pan árabe, tacos, panqueques, budín de pan, todo a ojo, así nomás, con la ayuda de mi hija. Ella celebra cómo doy vuelta los panqueques en el aire y llama a sus hermanitos para que lo vean, como si fuera un asombroso malabarista de semáforo. A veces me agarran estos mambos artesanales, después se me van rápido, tal vez se disuelvan solos, aunque creo más bien que son desplazados por la realidad o la irrealidad de los días hábiles, que es más o menos lo mismo.


IV.- De fuerzas y debilidades

Sintió nuevamente el sabor de la humillación en la garganta, en el pecho, impidiéndole articular palabra, congelando sus movimientos, sentía que no estaba hecho para el heroísmo cuando simplemente hacía lo que podían sus fuerzas, no imaginaba la cobardía de quien lo desafiaba y nunca supo si la valentía tenía medida, no creía en un Dios que fuera testigo de un heroísmo cotidiano, lo que no tenía la menor importancia porque, como él, ella tampoco distinguía entre valentía y fuerza, y así fue que ni siquiera eligió un lugar para su último momento, en el armario de su dormitorio estaba el revólver que había dejado su primo y allí mismo se voló la cabeza de un balazo.